El madrileño Sebastián Martínez, 24 años y hostelero de profesión, paseaba el viernes por la noche con su novia, Madjiguene Mbow, enfermera valenciana, de 25, por Marraquech, adonde han viajado esta semana de vacaciones. Habían llegado desde Valencia el viernes 1 de septiembre y tenían previsto pasar diez días en el país. No podían imaginar que en pocos minutos ambos iban a desempeñar un gran papel en el socorro de las primeras víctimas del terremoto. Se encontraban en la calle principal de la medina (ciudad antigua), a cinco minutos a pie de la famosa plaza principal de Yemaa el Fna. De repente, a las 23.11 (una hora más tarde en la España peninsular), el suelo comenzó a temblar y todo el mundo gritaba y corría. “Todo sucedió muy rápido”, recuerda este sábado por la mañana en conversación telefónica desde Marraquech. “Más allá del temblor del suelo, y oí un sonido como de metralleta, un sonido de ta, ta, ta…. Supongo que serían las piedras cayendo o las bombas de gas. Pero pensamos que se trataba de un atentado”.
La primera reacción de la pareja fue escapar de la calle principal de la medina, porque había mucha gente. “Nos metimos en un callejón de metro y medio. Y ahí, viendo caer los muros, es cuando nos dimos cuenta de que se trataba de un terremoto”, continúa Martínez. Decidieron volver a la plaza, pero poco antes de llegar a una mezquita cuyo minarete terminaría cayéndose, repararon en un hombre tendido en el suelo que no cesaba de gritar.
“Mi novia”, explica Martínez, “tiene un máster en urgencias y pacientes críticos”. “Mientras lo atendía se nos unió una pareja de ingleses, ambos militares, y ella era enfermera militar. Atendieron al herido y entre todos lo cogimos en una valla metálica, atravesamos toda la plaza gritándole a la gente que se apartase hasta llegar a la comisaría de la plaza. Allí cogimos un trozo de madera y un pañuelo para estabilizar la pierna del hombre”.
A pocos metros de la pareja de españoles, un médico francés y su amigo atendían a otros pacientes en la plaza. “Serían en ese momento las doce menos cuarto. Llegó al rato un médico griego y los cuatro sanitarios que había se pusieron a atender a todos los pacientes, mientras los demás nos coordinamos con la policía para que acordonaran la zona, porque había muchos curiosos”.
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Sebastián Martínez se deshace en elogios hacia la policía de la plaza y los marroquíes que les ayudaban a traducir y a tratar a los heridos. “Fueron viniendo ambulancias y metíamos allí la mayor cantidad posible de lesionados en cada una. La gente local nos trajo agua y hielo. Vino un niño con el brazo partido colgando. Yo me quité la camiseta y la rasgué para sujetarle el brazo. Creo que las tres primeras ambulancias las cargamos con cinco personas. En total, atendimos a unos 40 heridos. No vimos ningún muerto. Aunque sí personas con el cráneo abierto”.
Martínez y el resto del improvisado equipo de socorro se dividieron la plaza en dos zonas para buscar a gente que estuviese mal y llevarla al punto donde estaban examinando a los heridos. “Después empezó a llegar gente que estaba muy dentro de la medina. Llegaron dos chicos que tenían muchos problemas para respirar porque habían tragado mucho polvo. Al rato, acudieron dos mujeres marroquíes que vivían en Bélgica y hablaban inglés. Una de ellas es pediatra y las dos se pusieron también a atender a la gente”.
Temor por la réplica
A las 3.30 la plaza comenzó a vaciarse. “En ese momento llegaron vehículos de la Media Luna Roja y se fueron a buscar heridos en otras zonas”, relata Martínez. “La policía local nos dijo que había riesgo de que el terremoto se repitiese a las seis de la mañana. Nos fuimos a buscar a la gente, para advertirles de que no entraran en sus casas. Nos acordábamos de lo que pasó en Turquía, que el segundo terremoto fue peor que el primero”.
Tras recorrer parte de la medina regresaron a la plaza. Y entonces, vieron al niño al que Sebastián Martínez había sostenido el brazo con su camiseta que ya tenía el brazo escayolado. “El chiquillo nos abrazó a todos. Y mi novia dice que eso fue lo mejor de la noche”.
La policía agradeció su ayuda a los improvisados socorristas occidentales. “Llamábamos al riad nuestro, pero nadie cogía el teléfono. No queríamos volver andando por las calles de la medina. Nos hemos esperado hasta las siete en la medina. Y fuimos en un taxi para ver si seguía en pie. Estaba todo intacto. El miedo te entra cuando las cosas empiezan a calmarse, cuando empiezas a racionalizar lo que has vivido”, reflexiona el joven madrileño.
Martínez y Madjiguene Mbow han intentado volver a España en el primer vuelo programado, pero no había por la mañana del sábado ninguna plaza disponible. La pareja descansó un par de horas el sábado por la mañana, siempre con temor a alguna réplica.
”En realidad”, asume Martínez, “yo no hice mucho más por los heridos que estar atento, apartar a la gente y traer lo que necesitasen. Los verdaderos héroes fueron los dos médicos, el griego y el francés, y mi novia, Madji, y la otra enfermera”. Y concluye: “Lo hicimos sin ninguna equipación sanitaria: no teníamos vendas, ni pulsómetro, ni oxígeno, ni aparato para auscultar. Nos las apañamos como pudimos”.
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